Aun si no se estuviera de acuerdo con las exigencias del magisterio, los maestros tienen derecho a caminar y marchar por las calles de la Ciudad de México y de cualquier otra entidad; a protestar y a manifestarse como en cualquier estado democrático. No en México, donde son tratados como delincuentes peligrosos a quienes hay que encapsular para impedir el libre tránsito. Este viernes la Policía Federal subió a los autobuses públicos, se metió al Metro, tomó, literalmente, la ciudad, en un operativo cómplice con la policía de Mancera.
Visitantes distinguidos
, los nombró el rector de la UACM, Hugo Aboites, y así debería recibirlos una población por cuya educación pública se está luchando. Por eso el Consejo Universitario de la UACM, sin ambigüedad alguna, los recibe con los más grandes honores. Estamos haciendo lo que nos corresponde: que la universidad se manifieste en favor de las mejores causas sociales
, dijo el rector.
Las amenazas y el hostigamiento mediático juegan en favor de los maestros. Hasta hace unas semanas podría pensarse que no contaban con el respaldo ciudadano, pero en las recientes movilizaciones la gente ha salido a las calles a manifestarles su apoyo. Es la gente de a pie, pero también la de las organizaciones, la que está colmando las calles. Jornaleros de San Quintín; los padres de los normalistas de Ayotzinapa; el Sindicato Mexicano de Electricistas; los estudiantes de la UNAM, el Poli, la UAM y la UACM, y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, entre muchos otros, están apoyando abiertamente las demandas.
Con la reforma se trata de provocar una catástrofe en el sistema educativo de modo que las familias tiendan, doblando turnos, a las escuelas privadas; o se conformen con que sus hijos se formen consumiendo televisión, radio y medios digitales; o en la calle, o ni eso
, advirtieron los zapatistas.
La ola de insurgencia magisterial está en ascenso. La CNTE insiste en su voluntad de diálogo, mientras el Estado envía a miles de policías a encapsularlos como reses, lo cual no hace sino avivar la llama de la indignación.
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