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Personas con discapacidades, personas llenas de futuro…
La UNAM tiene 2,001 estudiantes con discapacidad entre sus estudiantes. Su presencia está en todas partes, aunque a veces no lo notemos, ya que han sido muy bien integrados a la comunidad.
En la Unidad de Atención para Personas con Discapacidad (UNAPDI) las alumnas, alumnos y alumnes en esa situación son lo más importante. Ahí se brinda información y se orienta a la comunidad estudiantil, y también a quien lo solicite, ya sean familiares, o cualquier persona que se interese.
La Unidad se encarga de articular acciones para favorecer el ingreso, la permanencia y el egreso de las personas con discapacidades. De igual manera, la UNADPI está disponible para el cuerpo docente o los trabajadores de la institución que lo requieran.
Claudia Peña, titular de la UNAPDI, explica que sobre la discapacidad se tienen muchos estigmas e ideas heredadas, las cuales han sido reforzadas por los medios de comunicación y las redes sociales. “Las personas con discapacidad viven con un estigma en el que se les puede ver como una carga, como alguien que no merece estar, o como seres que tienen una marca social. Y ésta, hace parecer que ese individuo vale menos”.
Contra lo anterior, la Unidad promueve un modelo social y de derechos humanos de la discapacidad.
La educación es un derecho fundamental y ese simple hecho permite que las personas accedan a otros derechos, como al trabajo o la seguridad social. Claudia Peña declara: “Para la Universidad es sumamente importante que garanticemos, desde nuestra institución, el ejercicio de ese derecho”.
La titular de la Unidad calcula que sólo 4 de 100 personas con discapacidad ingresan a la educación superior, un porcentaje realmente bajo.
César, un estudiante con discapacidad motriz; Ruth, una maestrante con hipoacusia (disminución de la agudeza auditiva), y Nizaguié, una orgullosa autista, son tres de esos cuatro que llegaron a la Universidad.
Aquí te contamos sus historias…
Toda la UNAM es para César
Es imposible no ver a César recorrer la Facultad de Ingeniería de la UNAM en su silla motorizada. César es veloz y se le ve recorrer los pasillos con seguridad. Nació con focomelia o ausencia de extremidades, tiene 19 años y es estudiante de Ingeniería Eléctrica Electrónica.
Su presencia ha cambiado a la Universidad, la ha hecho un lugar más accesible y con las consideraciones necesarias para vencer los obstáculos y que pueda estudiar.
César es un alumno que vive con una discapacidad motriz en la UNAM y eso también significa inclusión para la diversidad. Eso es un acto que ha sucedido con mucho amor. César conoció a Natalia en primer semestre, y aunque ya no comparten clases se han vuelto inseparables. César dice de Natalia que es su mejor guerrera.
Natalia se volvió experta en rampas para personas con discapacidad. Desde que es amiga de César dice que “los caminos no se ven igual”.
Y es que han decidido conquistar a la UNAM y el mundo, pero antes de hacerlo, cuando quieren ir a algún lugar en la Universidad, Natalia se pregunta: “¿César pasa por aquí?, ¿y si lo cargamos?” Los temas de accesibilidad no son sencillos hasta que se hacen los caminos.
Sucedió en el salón de clases, en la asignatura de la maestra Andrómeda Martínez. La propuesta era exponer cualquier tema y Natalia y su equipo decidieron tomar la oportunidad en algo productivo e investigaron sobre las rampas de la Facultad de Ingeniería. Descubrieron que la mayoría era de carga.
Yoshimar Mendivil, responsable de Protección Civil y Seguridad en la Facultad de Ingeniería, explicó a les estudiantes el tema de las rampas; su equipo se encarga de la gestión integral de riesgos y protección civil, además de cubrir los temas de accesibilidad para la comunidad de la Facultad.
Mendivil dice que la presencia de César ha traído un buen cambio: “La Facultad ha empezado a sensibilizarse con estos temas de accesibilidad e inclusión, para trabajar en cambiar los espacios y que César pueda tener una mejor movilidad durante su estancia aquí en la Universidad”.
Las rampas han cambiado en la pendiente para su movilidad y César sabe que eso se hizo para él y los estudiantes nuevos que vendrán en el futuro.
El camino que César ha recorrido para llegar a la Universidad ha sido largo y muchas personas han intervenido para que eso sea posible todos los días.
Su madre, la señora María de Jesús Díaz, cuenta que César ingresó al kínder y ella tenía mucho miedo de la experiencia; sin embargo, el profesor de educación física, que estaba muy involucrado con el aprendizaje del pequeño, le contaba que su hijo estaba listo para ir siempre con sus compañeritos a jugar. De ahí César no paró hasta llegar a la UNAM.
La silla que adaptó su papá
César tiene una silla de ruedas motorizada, que es parte de una secuencia de sillas que han sido donadas o pagadas con aportaciones de personas que se han comprometido con que César pueda movilizarse y ser independiente. La silla también fue adaptada por César, el papá del futuro ingeniero. El control con el que se opera fue puesto en el lugar correcto para que César pueda dirigirlo con el pie. También su papá le diseñó una mesita, que sirve como pupitre para que en las clases apoye la tableta que usa para tomar notas cuando escribe con la boca.
Además de escribir y tener bonita letra, César pinta con la boca y ha incluido a sus demás compañeres en actividades donde les anima a participar de la experiencia para que todes puedan vivir lo que significa hacer arte sin las manos.
César espera un gran futuro para él. Quiere vivir, terminar la carrera, mudarse a otro país y ser desarrollador de videojuegos para una empresa reconocida. Su sueño es diseñar un videojuego de mundo abierto de leyendas mexicanas, y así mezclar sus pasiones: el arte, los videojuegos y la programación.
Ruth, la vida, un rompecabezas para completar
Ruth tiene 40 años y volvió a la UNAM para estudiar una maestría en Ingeniería Ambiental. El camino en la educación no ha sido sencillo para ella, nació con una discapacidad auditiva, razón por la cual ha tenido que superar obstáculos que no son visibles si no detienes tu mirada en ella. Si la miras es una estudiante más, y pone mucha atención, sigue al detalle hasta lo que no puede comprender.
Tuvo una crianza diferente y su padre le inculcó ir a los libros desde muy temprana edad para que no se perdiera nada. También le decía que abriera bien la boca para hablar y que los demás la entendieran. Las personas que viven con discapacidad tienen que hacer mucho trabajo y esfuerzo para emparejarse con sus compañeres.
Llegó a la UNAM a estudiar Ingeniería Química y el mundo que le parecía fascinante también la mantenía en un ambiente hostil. La responsabilidad de entender una clase complicada desde sus propios obstáculos, la competencia con los compañeres de clase, la velocidad con la que suceden las cosas en la vida universitaria y también la indiferencia, fueron mermando su desarrollo y su aprendizaje. Ruth sufrió depresión, recursó varias materias, mas nunca se rindió.
La vida para ella “parece como rompecabezas” y sabe que “si hacen falta piezas, no entiendes el cuadro completo”. Esas piezas las buscaba en la biblioteca o haciendo ejercicios por cuenta propia. A veces permanecía mucho tiempo entre los libros con el estómago vacío. La beca alimentaria que recibió de la Facultad de Química fue una pieza en ese gran rompecabezas para que no estudiara con hambre.
Ella no sabía cuál era su problema y cuenta que antes no sabía lenguaje de señas, pero lo aprendió y eso le hizo darse cuenta de sus limitaciones. “Yo necesitaba ayuda”, descubrió hasta séptimo u octavo semestre de la carrera y comenzó a verbalizar que era diferente y que tenía una condición de hipoacusia con sus maestres. Las cosas comenzaron a cambiar, aunque ella sabía que se había atrasado en su educación.
Ahora que volvió a la maestría, se incorporó al programa de la UNAPDI y han establecido comunicación para que el profesorado tenga conciencia y atención de las condiciones de Ruth y que esa situación no le cause rezago.
La equipa de la Unidad escucha a les estudiantes. Yazmín Delgado integrante de UNAPDI, explica que la presencia de personas con discapacidad en las aulas “interpela la enseñanza” porque deberán hacer modificaciones. Un cambio puede significar mudarse de salón para que un estudiante con discapacidad motriz pueda llegar, pero pueden ser transformaciones como usar un plumón negro para el pizarrón en lugar de uno azul o verde; también usar colores contrastantes en las presentaciones para las personas con discapacidad visual.
En el caso de Ruth es importante que pueda seguir los labios de los docentes y le hablen de frente, con buen volumen de voz, que consideren la velocidad al hablar y no olviden que ella está ahí y puede perder una pieza importante del rompecabezas que tiene que armar para entender la clase y el mundo.
Su sueño: trabajar en un laboratorio
En esta relación, Ruth vivió una experiencia trascendente y maravillosa en su educación: le asignaron un profesor especial para explicarle y el docente Alejandro Avilés fue amable, paciente y pausado. Utilizaban videollamadas para comunicarse, y Ruth aprovechaba y subtitulaba el contenido. En esa experiencia no faltaron piezas en el contenido para armar el rompecabezas y ese aprendizaje Ruth lo describe como muy bonito.
La profesora María del Carmen Durán la acompañó para su tesis y con ella también aprendió mucho.
Sabe que a las personas con discapacidad, aunque tengan formación, les pagan menos y esto tiene que ver con un tema de discriminación y justicia social al que se enfrentarán los egresados en una sociedad que no mira la discapacidad desde un lugar de equidad. Sólo 30 % de las personas con discapacidad desempeñan una actividad económica según el INEGI.
Ruth no quiere ser modelo para las personas oyentes, tampoco inspiración para la gente sorda. Sin embargo, su lucha es porque el sistema educativo en México incluya intérpretes de lengua de señas en las clases.
El sueño de Ruth es trabajar en un laboratorio y actualmente desarrolla un proyecto de purificación del aire a través de microalgas.
Nizaguié, mujer orgullosa de su autismo
Su nombre significa lluvia en zapoteco, y ella es una lluvia tempestuosa llena de futuro. Los zapotecas se denominan como personas que provienen de las nubes y ella llueve.
Nizaguié se define a sí misma: “Soy una mujer binizá, una mujer discapacitada, autista, soy parte de la comunidad sorda aun sin ser sorda, antipatriarcal, antirracista, anticapacitista, y creo en una agenda que pueda respetar la diversidad humana en general, en lugar de patologizarla”.
Ella piensa que la diversidad no debe verse como algo malo que hay que catalogar, curar o buscar controlar; por el contrario, hay que entenderla para crear protocolos en los cuales se pueda convivir de manera continua.
Tiene 22 años y estudia Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño en la Unidad Xochimilco de la UNAM; y si le dieran a elegir entre ser autista o no, “elegiría mil veces ser autista”.
Nizaguié no mira a su interlocutora, pero es como si lo hiciera. Mantiene la vista fija a una botella de refresco que alguien ha dejado olvidada en el salón. Su discapacidad es de tipo múltiple y vive con un trastorno del procesamiento auditivo central.
Sus oídos funcionan muy bien, tanto que mientras sostiene una conversación escucha cómo podan los árboles, el teclado de una computadora, que han movido un bote de basura, un camión que detuvo su marcha y la clase en el salón de junto. Su cerebro no logra discriminar los sonidos y tiene que concentrarse en demasía para poder hacerlo y tener una conversación o tomar una clase. Usa tapones para los oídos y eso le ayuda para discriminar el sonido; sin embargo, cuando les profesores no conocen de su condición, piensan que lleva audífonos, que está escuchando música y de alguna manera les está faltando al respeto. Nizaguié también sabe leer los labios y aprendió lengua de señas mexicana.
La estudiante de Artes visuales reconoce que no hay dos personas iguales con autismo y ella disfruta su discapacidad. “Hay quienes creen que el autismo, las discapacidades en general, se tiene que sufrir, que las neurodivergencias se padecen o que todos los días tienes que estar diciendo lo mala que es tu vida y lo difícil que es ser tú; pero la verdad es que yo me la paso muy bien con todas las barreras que eso implica, a mí me gusta mucho mi cerebro”, describe Nizaguié y su voz es valiente cuando lo expresa. Ella no conoce la mente en blanco y estar pensando siempre en cosas es algo que disfruta.
Nizaguié es una persona que vive sus discapacidades y neurodivergencias a través de la visibilidad radical y eso significa que no las oculta o enmascara, a menos que vaya a hacer un trámite u otras actividades y mostrarse signifique que la discriminen o la violenten.
La zapoteca fue diagnosticada desde pequeña, aceptó el diagnóstico hasta que tenía 18 años y fue hasta los 20 que tuvo acceso a una valoración privada; después de eso, comenzó a comunicarlo.
Sabe de la discriminación y la invalidación a la que puede estar sujeta por ser una persona con discapacidad, y reconoce que la sociedad o las instancias educativas no están preparadas para elles; sin embargo, ha empezado un arduo camino por enfrentar estos obstáculos, solicitar las adecuaciones y disfrutar y aprovechar al máximo su educación. Lucha por no reprobar sus materias y no exponerse a condiciones que puedan provocarle una crisis, eso es parte del autocuidado que, reconoce, necesita para ella.
Nizaguié se define como activista y no quiere ser la voz de nadie, quiere que las demás personas con discapacidad ejerzan también su voz desde un lugar de dignidad y respeto. La discapacidad en la Universidad debe ser un tema colectivo.
La artista zapoteca es ganadora de la Beca Santander Mujeres Apoyo a Alumnas con Discapacidad en convenio con la Universidad Nacional y planea dedicarse al arte para crear obra accesible a personas con discapacidad. La UNAM quiere estar lista para ella.
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