Del génesis al apocalipsis fast track

By on octubre 18, 2020

Revista Educarnos

Cuentan que Yavé y Abraham estaban en tan buenos términos que el primero se presentaba con frecuencia con el hombre del cual nacería una nación grande y poderosa, por cuya intermediación todos los pueblos de la tierra recibirían bendiciones (Génesis 18:18). Uno de esos días (y aquí meto mi cuchara narrativa, sin licencias eclesiales, aunque sí literarias), Yavé le confió a Abraham: “Las quejas contra los fideicomisos son enormes ¡qué grande es su pecado! Voy a visitarlos y comprobaré si han actuado según el rumor que ha llegado hasta mí”. Abraham le preguntó a Yavé, que estaba de pie junto a él: “¿Es cierto que vas a exterminar al justo junto con el malvado? ¿Que los fideicomisos mal administrados se llevarán entre las patas a los que se manejan con transparencia y han acrecentado sus frutos? ¿No perdonarás a ese sector en atención a los justos que pueda haber en él?” A lo que Yavé respondío: “En atención a esos pocos, yo no destruiré a todo el sector de los fideicomisos”.

Los ángeles que fueron a revisar los fideicomisos llegaron al atardecer. Los recibió Lot. Los malos administradores de fideicomisos se presentaron ante Lot y lo enfrentaron diciendo: “Dónde están esos recursos, que seguiremos abusando de ellos hasta haber lavado bien los dineros y convertirlos en dulces regalos para nosotros”. Lot les dijo: “les ruego, hermanos, que no cometan tal maldad. Les podemos dar otros recursos, pero dejen tranquilos a los recursos de los fideicomisos, pues hemos confiado en su capacidad de administrarlos con transparencia”. Pero ellos le respondieron: “Quítate de ahí. Has venido como advenedizo y ahora quieres ser juez”. Los ángeles que revisaban los fideicomisos aconsejaron a Lot que se alejara y se olvidara de los recursos que en ellos había, sin volver la vista atrás, pues por causa de los malos administradores y por necesidad de recursos para la administración federal, la gran mayoría, incluidos los recursos de los fideicomisos de las instituciones académicas, tendrían que pasar a control de Yavé.

Después, un ángel bajó del cielo llevando en la mano (Apocalipsis 20: 1-4) la relación de los fideicomisos que habrían de extinguirse. Agarró al monstruo de mil cabezas de los administradores de fideicomisos y los encadenó a todos por mil años. Justos y pecadores quedaron sin posibilidad de moverse o de usar los recursos, pues el que se sentaba en el trono haría desaparecer los recursos en tiempos de la pandemia, sin dejar huellas. Los administradores, eficientes o rapaces, estaban de pie, estupefactos, ante el trono. Se abrieron libros contables. Y los administradores fueron juzgados de acuerdo con los registros de los libros, y a cada uno según sus errores en el haber y el deber. Y la mayor parte de los fideicomisos fue arrojada a la muerte en el lago de fuego.

Entonces, el que se sienta en el trono declaró: “ahora todo lo hago nuevo. Ya está hecho. Yo soy Alfa y Omega y yo determino cuáles chicharrones truenan. Los recursos serán de quien salga vencedor. A los cobardes, a los renegados, a los corrompidos, a todos los hombres falsos, se les castigará tanto como a los que llevaron bien los recursos y los acrecentaron” (Apocalipsis 21: 5-8). Y continuó: “Que las tareas académicas son como hacer pozos petroleros: ni tienen chiste y nos salen muy caras. Ni quién entienda lo que escriben esas personas doctas y ni a quién le sirva para el próximo ratito”.

Y así, sin deberla ni temerla, desaparecieron unos cuantos miles de millones de pesos de las instituciones académicas. Los malos administradores encontrarían cómo hacerse de otros recursos, mientras buenos administrados habrían de buscar su fidelidad contable en otra parte.

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