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¿Qué quiere decir la reforma, la práctica de enseñanza y los aprendizajes?
By Alex Webmaster on octubre 21, 2024
Hace un par de días el IISUE/UNAM organizó un brillante conversatorio en torno a “La formación de docentes. Horizontes y escenarios posibles”. Ahí estuvieron cuatro brillantes expositores: uno argentino, un español y dos mexicanos. Me detengo en la primera exposición de Miguel Ángel Zabalza, y apenas en la primera pregunta que se les planteó a todos:
Él dice: “Se trata de pasar a partir del conocimiento de los contenidos, y tener claro sobre qué enseñar”. Por lo general, el eje básico sobre el que gira la formación es el eje de los saberes: saberes básicos disciplinares, saberes didácticos y saberes pedagógicos. La figura son los saberes disciplinares y el fondo, el saber didáctico.
“El nivel de desarrollo profesional es sobre el tipo de preguntas que se hacen los profesores”. Si lo importante es lo que tengo que enseñar, las preguntas giran en torno a ello. Hay un segundo nivel de cómo les voy a enseñar para que aprendan y hay un tercer nivel al que llegan pocos docentes. Las preguntas son: ¿cómo aprenden mis estudiantes? ¿Qué proceso mental están haciendo para aprender? ¿Cómo ayudarles a aprender a partir del estilo propio, de cómo ellos aprenden?
“Los modelos actuales en Pedagogía, están trabajando sobre el pensamiento de los alumnos”. Hasta aquí Miguel Ángel Zabalza.
A partir del aporte anterior, es posible destacar que la preocupación de muchas maestras y maestros es qué disciplina enseñar y con qué ropaje (de contenido de estudio) y cómo enseñar (la metodología didáctica), pero, al final, cómo aprenden y cómo procesan la información las alumnas, los alumnos y la información que gira en torno al trabajo del aula.
Para esto, damos por hecho que las y los docentes se hacen preguntas, pero muchas veces dichas preguntas —cuando se presentan— giran por un carril basado en la prescripción, es decir, no cómo enseño, sino cómo debo enseñar, qué indicaciones me han dado, qué dicen los nuevos planes y programas de la NEM de la forma de cómo debo guiar el trabajo en el aula.
El último nivel del que hablaba Zabalza y según sus palabras son muy pocos docentes los que llegan a él; primero reconocer el hecho y tener la seguridad de que las y los docentes se hacen preguntas y, segundo, se hacen preguntas en torno al procesamiento de la información y a las características de cómo los alumnos a su cargo son capaces de aprender y, junto a ello, cuáles son las dificultades que se presentan al respecto. Me parece que es aquí en donde reside el núcleo fundamental de la reflexión.
Estamos hablando en dos planos distintos, pero complementarios: qué preguntas se hacen las y los docentes con respecto a la práctica que realizan y después de preguntarse eso, cuáles son las respuestas que sirven para reencauzar el trabajo, es decir, reencauzar un nuevo sentido a sus preguntas.
¿Hacia dónde van dirigidas las preguntas generadas por las docentes y los docentes?, ¿hacia qué estilo de enseñanza, cómo hacerlo o con qué se cuenta para hacerlo? Pero preguntarse, ¿cómo aprenden los estudiantes y qué se debe hacer para respetar dichos atributos y facilitar de mejor manera el colocar los objetos de conocimiento de acuerdo a la forma de aprender?, son ideas geniales de las actuales tendencias pedagógicas.
Con todo lo anterior, también aparece el contexto en donde se ubican los sujetos, la perspectiva de género, el estatus socioeconómico y los intereses particulares de cada sujeto. Sí, pero el estilo de aprender y la capacidad de procesar información es lo que se coloca en el centro de las reflexiones, y de ello debe haber un banco de preguntas y una serie de respuestas que generen narrativas desde las y los propios docentes.
Atravesado a todo lo anterior aparece —como dice Larrosa— el valor de la experiencia. La experiencia es un atravesamiento que sirve para mediar y para replantear las preguntas y también las certezas en torno a la práctica.
Por otro lado, aparece un bloque de preguntas, las cuales pudieran hacerse las y los docentes de sí mismos, de los miedos en el aula, de la pérdida de control del grupo escolar, de no ser lo suficientemente claro con las consignas utilizadas y con la propia identidad de lo que significa ser docente de preescolar, primaria, secundaria, media superior y superior. Las preguntas que se dirigirán hacia sí mismos son aquellas que se vinculan con el pensamiento, con la identidad y con la confrontación de imágenes del ser docente.
Las preguntas y las respuestas docentes surgidas desde sí deben servir para generar una serie de narrativas, textos, que circulen sin prescripciones ni prisas, que sean textos lúdicos, imaginativos, libres; en ellos se condensa el proceso de profesionalización. Tanto las preguntas como las respuestas surgidas desde el corazón del trabajo de docentes son muy valiosas. Tener acceso a ellas es mirar a través de un caleidoscopio la realidad educativa, compleja, diversa y en movimiento.
Él dice: “Se trata de pasar a partir del conocimiento de los contenidos, y tener claro sobre qué enseñar”. Por lo general, el eje básico sobre el que gira la formación es el eje de los saberes: saberes básicos disciplinares, saberes didácticos y saberes pedagógicos. La figura son los saberes disciplinares y el fondo, el saber didáctico.
“El nivel de desarrollo profesional es sobre el tipo de preguntas que se hacen los profesores”. Si lo importante es lo que tengo que enseñar, las preguntas giran en torno a ello. Hay un segundo nivel de cómo les voy a enseñar para que aprendan y hay un tercer nivel al que llegan pocos docentes. Las preguntas son: ¿cómo aprenden mis estudiantes? ¿Qué proceso mental están haciendo para aprender? ¿Cómo ayudarles a aprender a partir del estilo propio, de cómo ellos aprenden?
“Los modelos actuales en Pedagogía, están trabajando sobre el pensamiento de los alumnos”. Hasta aquí Miguel Ángel Zabalza.
A partir del aporte anterior, es posible destacar que la preocupación de muchas maestras y maestros es qué disciplina enseñar y con qué ropaje (de contenido de estudio) y cómo enseñar (la metodología didáctica), pero, al final, cómo aprenden y cómo procesan la información las alumnas, los alumnos y la información que gira en torno al trabajo del aula.
Para esto, damos por hecho que las y los docentes se hacen preguntas, pero muchas veces dichas preguntas —cuando se presentan— giran por un carril basado en la prescripción, es decir, no cómo enseño, sino cómo debo enseñar, qué indicaciones me han dado, qué dicen los nuevos planes y programas de la NEM de la forma de cómo debo guiar el trabajo en el aula.
El último nivel del que hablaba Zabalza y según sus palabras son muy pocos docentes los que llegan a él; primero reconocer el hecho y tener la seguridad de que las y los docentes se hacen preguntas y, segundo, se hacen preguntas en torno al procesamiento de la información y a las características de cómo los alumnos a su cargo son capaces de aprender y, junto a ello, cuáles son las dificultades que se presentan al respecto. Me parece que es aquí en donde reside el núcleo fundamental de la reflexión.
Estamos hablando en dos planos distintos, pero complementarios: qué preguntas se hacen las y los docentes con respecto a la práctica que realizan y después de preguntarse eso, cuáles son las respuestas que sirven para reencauzar el trabajo, es decir, reencauzar un nuevo sentido a sus preguntas.
¿Hacia dónde van dirigidas las preguntas generadas por las docentes y los docentes?, ¿hacia qué estilo de enseñanza, cómo hacerlo o con qué se cuenta para hacerlo? Pero preguntarse, ¿cómo aprenden los estudiantes y qué se debe hacer para respetar dichos atributos y facilitar de mejor manera el colocar los objetos de conocimiento de acuerdo a la forma de aprender?, son ideas geniales de las actuales tendencias pedagógicas.
Con todo lo anterior, también aparece el contexto en donde se ubican los sujetos, la perspectiva de género, el estatus socioeconómico y los intereses particulares de cada sujeto. Sí, pero el estilo de aprender y la capacidad de procesar información es lo que se coloca en el centro de las reflexiones, y de ello debe haber un banco de preguntas y una serie de respuestas que generen narrativas desde las y los propios docentes.
Atravesado a todo lo anterior aparece —como dice Larrosa— el valor de la experiencia. La experiencia es un atravesamiento que sirve para mediar y para replantear las preguntas y también las certezas en torno a la práctica.
Por otro lado, aparece un bloque de preguntas, las cuales pudieran hacerse las y los docentes de sí mismos, de los miedos en el aula, de la pérdida de control del grupo escolar, de no ser lo suficientemente claro con las consignas utilizadas y con la propia identidad de lo que significa ser docente de preescolar, primaria, secundaria, media superior y superior. Las preguntas que se dirigirán hacia sí mismos son aquellas que se vinculan con el pensamiento, con la identidad y con la confrontación de imágenes del ser docente.
Las preguntas y las respuestas docentes surgidas desde sí deben servir para generar una serie de narrativas, textos, que circulen sin prescripciones ni prisas, que sean textos lúdicos, imaginativos, libres; en ellos se condensa el proceso de profesionalización. Tanto las preguntas como las respuestas surgidas desde el corazón del trabajo de docentes son muy valiosas. Tener acceso a ellas es mirar a través de un caleidoscopio la realidad educativa, compleja, diversa y en movimiento.
Con información: Revista Educarnos
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