Difícil misión la que tiene Xóchitl Gálvez y la de toda la gente que la rodea, incluyendo a la comentocracia y a las redes sociales que abiertamente la apoyan. Conforme a la página de internet “Oraculus” que genera una especie de estimador único, al recopilar y sistematizar los resultados de un conjunto de encuestas, en enero de 2024, cuenta con una preferencia electoral de 29%, frente al obtenido por Claudia Sheinbaum de 64%; es decir, la diferencia negativa que tendría que remontar sería de 35 puntos porcentuales, eso en menos de seis meses. Lo peor es que de julio de 2023 a enero de 2024, la diferencia neta negativa se amplió en 7 puntos porcentuales, al perder Xóchitl 2 puntos más y al ganar Claudia Sheinbaum 5 puntos adicionales.

Como bien opina Zepeda Patterson, es Xóchitl la que deberá hacer un esfuerzo denodado para remontar este amplio margen negativo; lo que significa configurar una estrategia novedosa que conjugue críticas acertadas hacia su principal contendiente y la continuidad de la Cuarta Transformación -que es lo que Sheinbaum representa- con propuestas que permitan superar lo que actualmente se tiene y lo que propone la candidata de izquierda.

Los opositores han utilizado a la corrupción y a la inseguridad para criticar y menoscabar los logros de la presente administración. Se debe de tener cuidado al tratar estos temas por diferentes motivos. Primero, todo lo que diga se tiene que sustentar con información y datos fehacientes y verificables; suponer o intuir sólo da puntos a favor al contendiente por acusaciones infundadas o porque se concibe que sólo se está abonando a la desestabilización del país. Segundo, se requiere demostrar que la conducta de Xóchitl ha sido intachable, lo que derivaría en un convincente deslinde; sobre todo, porque los partidos coaligados en el frente Fuerza y Corazón por México no cuentan con buena reputación y algunos personajes han estado vinculados a actos de corrupción; a la misma Xóchitl se le ha asociado con el Cártel Inmobiliario de la Ciudad de México y con prebendas en materia de bienes inmuebles. Y tercero, dentro de los flagelos de la corrupción y de la inseguridad, no hay un caso de mayor descaro y cinismo que el contubernio de García Luna con el Cártel de Sinaloa, acontecido durante el periodo panista del presidente Felipe Calderón.

La última vertiente para demeritar al presidente López Obrador es la de catalogarlo como un dictador, sin dejar de insistir en su cercanía con los gobiernos de Venezuela y Cuba. Es necesario definir lo que es un dictadura. Conforme al Diccionario de la lengua española, “es un régimen político que, por la fuerza o la violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. El dictador, por ende, prohíbe la oposición, sus acciones e ideas, tiene poder y autoridad absoluta, hasta el punto de la represión; tendiendo a perpetuarse en el pináculo del poder durante muchos años.

Se reconozca o no, el presidente López Obrador ocupa hoy la presidencia de la república por un proceso democrático en el que obtuvo una votación nutrida, de más de 30 millones de votos; ha sido respetuoso de la libertad de expresión, pese a los calificativos que denostan a su persona y ha afirmado en muchas ocasiones que es partidario de la “no reelección”, por lo que se retirará de la vida política una vez que termine su mandato, en septiembre de 2024. Cierto, ha ejercido su derecho de réplica con sus adversarios, intelectuales y comunicólogos, también continuamente los adjetiva; pero eso ha permitido equilibrar una balanza en contra que lo hubiera aplastado en su prestigio y en su honor. Conocedor de la historia, el presidente sabe que la capacidad de gobernar de Madero entre 1912 y 1913 fue diezmada por la crítica desbordada, la mayor de las veces hiriente, de los medios periodísticos.

Más allá de los enfrentamientos verbales, debe decirse que la continuidad de la 4T en los próximos seis años será resultado de un voto de premio o de castigo; es decir, dependerá de la evaluación que haga la gente de la conducción del gobierno de López Obrador, así como de lo que estima será lo mejor en términos de justicia, libertad y bienestar. Esto también cuestiona el uso del término dictadura, ya que el próximo presidente -sobre todo, si es Claudia Sheinbaum- asumirá ese cargo por un proceso electivo; no por un acto impositivo unipersonal, de un grupo o de una organización.

No es de dudarse que el presidente tenga alguna simpatía por Chávez, Maduro y particularmente, por Fidel Castro. Sin embargo, su conducción económica dista mucho del populismo o del socialismo que ellos representan. Concibe, sí, que el Estado debe asumir su rectoría en áreas estratégicas; además que debe ser el propulsor de un mayor equilibrio social, mejorando las condiciones de existencia de los trabajadores y asignando una parte importante del presupuesto público al gasto social; pero no de manera irresponsable o impetuosa. Para él, sí, han sido importantes los equilibrios macroeconómicos, así como establecer límites a la deuda pública para posibilitar un crecimiento sustentable. Sabe que no hay impuesto más regresivo para los pobres que la inflación y que las deudas no sólo van asfixiando las posibilidades de un mayor crecimiento, sino que comprometen la toma de decisiones soberanas.

Internamente y más desde el exterior, en el plano económico, pocos creen que el gobierno de la Cuarta Transformación sea cercano al chavismo o al régimen castrista. Los principales organismos y agencias internacionales consideran que México es una economía de libre mercado, con organismos sólidos que posibilitan contener la inflación y los disturbios financieros, con una base manufacturera diversificada, con un enorme potencial para integrarse a la modalidad del nearshoring y que está abierta a las inversiones internas y externas; además de contar con finanzas públicas más sólidas que las de otros países en desarrollo, y que la deuda del país en relación con el tamaño de su economía está muy por debajo del promedio de los países emergentes y otros con mayor rezago; sin dejar de mencionar que se ha ampliado el mercado y el consumo interno al tener altos niveles de empleo y mejorar significativamente el nivel salarial de la clase trabajadora.

Pese a ello, el camino de Xóchitl y de la oposición no está cerrado, debe insistir en abrir el debate desde este periodo de intercampaña y mostrar con datos objetivos lo que no ha hecho bien la Cuarta Transformación. Sobre todo, debe exponer cuál es su proyecto de nación y adentrase a los temas que definirán la trayectoria que deberá seguir el país en el futuro, entre ellos: la estrategia de seguridad nacional, que deberá abarcar tanto a los centros urbanos como a los municipios y a las zonas rurales; la convergencia institucional para alcanzar una mejor procuración de justicia y garantizar la vigencia de los derechos humanos; la calidad de la educación pública y el desarrollo de la ciencia y la tecnología; la consolidación de las finanzas públicas y la despresurización de la deuda de PEMEX; la transición energética y la configuración de una economía más resiliente a los cambios climáticos; la creación en todo el territorio nacional de una más amplia infraestructura y conectividad para hacer avanzar a las economía regionales y locales, y convertir a México en uno de los principales países fabriles del mundo. Esto, sólo por mencionar algunos temas.

Lo más importante es que Xóchitl con una actitud propositiva puede elevar la calidad del contenido del debate político y aportar ideas para construir un México que aproveche todo su potencial de desarrollo; lo que la alejaría de aquellos que sólo anhelan un desastre para descarrilar al proyecto transexenal de la Cuarta Transformación, sin importarles que esto afecte a cientos, a miles o a millones de mexicanos.