Soledad digital

By on febrero 9, 2022

Revista Educarnos

Cuando la realidad se contiene en un catálogo de internet, la soledad se actualiza por la carencia de cuentas en las redes sociales. Nadie está más abandonado que alguien a quien se le acabó la pila del teléfono celular.
Antes, para llegar a comer mamá ensayaba su mejor grito; hoy basta un mensaje de WhatsApp con el tono de las atribuciones maternas: una canción de Lupita D´alessio para las más osadas o el canto de un gallo para las menos respetables.
La intercomunicación humana obliga la presencia de un canal satelital. No importa la distancia; importa el equipo disponible. Los regaños de mamá ahora son visuales y pasan por el inventario disponible de emoticonos y la cantidad de signos de admiración de la frase que los remata. Mamá sólo es un contacto almacenado.
Hasta antes del boom digital, bastaban los aletazos de los ángeles de la guarda para intuir la compañía. Pero éstos emprendieron vuelo hacia feligreses con menor tecnología. Los adolescentes sólo pertenecen a un grupo por la marca de su equipo. Los iPhone sienten animadversión por los Samsung. Un joven sin smartphone no tiene amigos ni enemigos; no es nadie. Está solo en el mundo digital.
Tik Tok demuestra la existencia como una réplica, curiosamente. Quien es capaz de repetir, está vivo. Y la vida ocurre sólo porque hay Wifi. De manera que la red es el estanque y el celular, nuestras branquias. Somos en cuanto alguien nos conceda un “enter”.

Ahí y en el perfil de Facebook

Como ejercicio del engaño, la autobiografía alcanza su prestigio por cuanto oculta. Se trata de un disfraz meticuloso cuyo propósito es la atracción de los otros. El ser gracias a los demás, como entidad que habita el espejo. Nos reconocemos gracias a los “likes” y a los “haters”. Las empresas contratan por la actividad en redes; los grados y competencias pueden obviarse.
La identidad se define por los casilleros que exige la aplicación: hombre/mujer, soltero/casado, edad, preferencias… De esta manera cada quien se muestra. La identidad se fabrica a voluntad y se admite con recelo según la cantidad de seguidores que se ostentan. Cristiano Ronaldo tiene más credibilidad que cualquier investigador.
La soledad puede disimularse mediante dos cuentas alternas de Facebook. El algoritmo de la esquizofrenia no admite remilgos.

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