Salvar la escuela, salvar la educación

By on octubre 21, 2021

Revista Educarnos

Estos dos años han sido, sin lugar a dudas, los más difíciles que ha vivido la escuela, qué decir de las dinámicas complejas que han enfrentado docentes, estudiantes, padres de familia, funcionarios y todos quienes influyen para que se den los procesos educativos.
Estas experiencias a distancia han servido para ver los alcances y limitaciones que tenía y tiene la escuela, pero también ha develado los intereses, las problemáticas y las preocupaciones que tenemos todos con respecto a lo que tiene y debe hacer la educación por la población.
Ante estos escenarios habría que preguntarnos si vale la pena salvar la educación, por lo menos aquella que se vivía hasta antes de marzo de 2020, y si no es así qué parte de ella es necesario rescatar, promover y modificar para que se adapte sin dificultades al tipo de educación que se practicó durante estos 17 meses a distancia y cual tipo se requiere para enfrentar los retos que están por venir.
Lo cierto es que los menos interesados por hacer una nueva educación son aquellos que determinan las políticas educativas, principalmente porque ello implica invertir recursos, esfuerzos, decisiones pensadas, convencimiento hacia los implicados y acuerdos y consensos con todas las instancias y personajes que directa o indirectamente influyen para que se haga educación; por desgracia su pragmatismo e inmediatez les impide construir caminos nuevos debido a que sus políticas y periodos de gobierno tienen fecha de caducidad.
Sin embargo, si es necesario pensar seriamente qué podemos salvar de la educación, sobre todo aquello que está más allá de las escuelas y sus espacios deteriorados, porque estos nunca se irán, ya que allí estuvieron durante toda la pandemia y, de hecho siguen allí, me refiero a lo más importante, los procesos docentes y estudiantiles que son la cara y la imagen de la escuela hacia el exterior de ésta.
Preguntas hay muchas, respuestas pocas, en ese sentido, ¿qué sucederá con los maestros desde las políticas educativas emergentes?, ¿qué significado tendrán las experiencias vividas a la distancia?, ¿quién las recuperará y cómo serán utilizadas para la reconstrucción de la escuela futura?, ¿de que nos servirá que estudiantes y docentes hayan desarrollado habilidades para el manejo de medios electrónicos, redes sociales y todo tipo de plataformas si las prácticas y los propósitos de la educación son los mismos?, ¿quién o quiénes serán los valientes que reconfiguren los caminos a seguir hacia la nueva escuela?, ¿qué futuro tendrán aquellos estudiantes que se fueron de la escuela por falta de recursos o negligencia de las autoridades educativas al no retenerlos?, ¿cómo se recuperarán los aprendizajes básicos y la convivencia con los iguales?, en fin.
Si queremos recuperar o reconstruir la realidad educativa, tenemos que poner a la escuela y a la educación como náufragos que lograron sobrevivir en este barco que se fue a pique y, desde ese escenario, empezar a trabajar por su franca y pronta recuperación, de otra manera, es decir, si la vemos como un enfermo en fase terminal solo se pensará en cómo mantenerlo vivo y sin la esperanza mínima que se recupere cabalmente para que tenga larga vida y de calidad.
Los escenarios son claros, en tanto, la escuela y todos sus protagonistas merecen que se salven aquellas cosas que dan buenas cuentas en los procesos educativos, como también desaparecer aquellas que no se hacen bien, veremos entonces hacia el futuro si a la escuela se le dio tratamiento de náufrago o enfermo terminal. Al tiempo.

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