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Hasta por debajo de la lengua
Revista Educarnos
Cada vez que, en mi infancia, pasábamos por el Puente de Calderón rumbo a Lagos de Moreno, mi padre comentaba que en ese puente Calleja le había pegado a Miguel Hidalgo “hasta por debajo de la lengua”. Como ya sabemos, ésa resultó una batalla fatal (17 de enero de 1811) para el cura de Dolores. A raíz de ésta, en donde cerca de cien mil insurgentes fueron derrotados por menos de ocho mil soldados realistas, el movimiento de Hidalgo se debilitó. Al parecer, Hidalgo confiaba en que el abultado número de insurgentes derivara en la deserción de Calleja y en que se pasaría al bando insurgente.
Quien luego sería conocido como el Padre de Patria afirmó esa mañana: “Hoy desayunaré en Puente de Calderón, comeré en Querétaro y cenaré en México”. Propósitos que no pudo cumplir. La inexperiencia de los insurgentes y la escasez de armamento fueron elementos clave. Dos meses después de esa derrota, El 21 de marzo de 1911, Ignacio Elizondo recibió a los principales cabecillas en Noria del Baján, Coahuila y procedió a capturarlos. Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados el 26 de junio, Hidalgo el 30 de julio. Pronto, y durante los siguientes diez años, los ojos de esos cuatro insurgentes mirarían inexpresivos y exánimes a los caminantes desde las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
Sabemos de otros líderes en la historia que también llegaron a creer que sus ejércitos eran invencibles. Lo que no necesariamente los convertía a ellos en los mejores estrategas de guerra. Cuentan que la soberbia y la ineficiencia de Hitler contribuyeron a su derrota final, tras de que el ejército ruso hizo retroceder (y desgastarse) al ejército alemán palmo a palmo. En estas dos historias encontramos algunas lecciones del combate sanitario frente al actual enemigo viral: no por contar con muchos recursos y mucha enjundia, se tiene asegurada la victoria.
Como hemos visto a lo largo de esta pandemia, sobre todo por los discursos de los políticos que más cercanos hemos tenido, las balandronadas no son suficientes para suplir la disciplina y el uso racional y oportuno de los recursos. Cerca de millón y medio de personas han fallecido por COVID-19 a nivel mundial; de ellas, 250 mil en Estados Unidos y cien mil en México. Lo que demuestra que, al igual que al cura Miguel Hidalgo, la confianza no necesariamente deriva en un desempeño tan positivo como pregonan los líderes de algunas naciones o comarcas. Las historias bélicas, al igual que esta emergencia sanitaria, se convierten en enormes oportunidades de aprendizaje respecto a las potencialidades letales del enemigo que se enfrenta. Hemos aprendido que, aun cuando el enemigo sea microscópico, se puede aplicar la máxima de “no hay enemigo pequeño” y habrá que considerar factores que, en los optimismos de los líderes, podrían parecer deleznables y de poca monta.
La frase de ser golpeados hasta por debajo de la lengua, en el caso del coronavirus, se ha convertido en una referencia literal para las posibilidades de ser contagiados. Aun cuando la probabilidad de que el virus sea fatal no es tan alta como suponían algunos, habrá que recordar que, para cada una de las víctimas, su muerte representa la pérdida del cien por ciento de su vida. Y el virus puede alojarse y transmitirse desde debajo de la lengua de la vecina o del vecino. Lo que no deja mucho margen para hacer planes optimistas respecto a dónde tomar los alimentos que no sea lejos de los flujos corporales de otros seres humanos.
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