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Abandono
En algún momento de nuestras épocas de infancia escuchamos el cuento del ogro que vivía en un territorio agreste: sin cultivar, sin orden, con árboles que crecían mezclados con hortalizas y con vegetación con espinas, cubierta de roca en algunos puntos y con restos de objetos rotos, manchados u oxidados, que quedaron a la intemperie sin que alguien les utilizara o cuidara en mucho tiempo. Ese contraste con los jardines de los reyes, al estilo del palacio de Versalles, resaltaba la falta de atención que mostraba el ogro a sus terrenos, pues estaba dedicado a otros asuntos menos conservacionistas y estéticos que los jardineros del rey y la reina. Los terrenos en torno a la vivienda del ogro, al igual que su interior, sus muebles y estancias, estaban en franco abandono: sin barrer, sin orden, con los vidrios sucios o rotos, cortinas raídas y polvosas, visitados por roedores, insectos y con visibles telarañas.
Más de alguna escuela durante la pandemia quedó en condiciones de abandono y una vez superada la fase más grave, esas escuelas requirieron reparaciones mayores y una limpieza a fondo. En algunos planteles, remontar el abandono tomó no solo días o semanas, sino meses. Sin embargo, más allá del abandono de terrenos y construcciones, en nuestras sociedades existen otras formas de descuido de las infraestructuras, por recursos, los procesos e incluso los participantes en los procesos educativos.
Hace unas semanas, un par de estudiantes señalaban cómo, en muchas ciudades mexicanas, se abandona a las mascotas tras decidir que no se tienen ya recursos para sostenerlas como parte de una familia humana. El problema es de tal magnitud que distintos ayuntamientos generan albergues para mascotas (principalmente perros) y han surgido algunas organizaciones de la sociedad civil para encauzar la adopción, esterilización y atención de mascotas que pueden acceder a una nueva familia de humanos dispuestos a alimentar, cuidar y atender cotidianamente a esas mascotas. De alguna manera, algunos de esos seres vivos son recuperados de un estado de abandono que comparten con algunos objetos como automóviles a los que ya no les encuentran refacciones, cuyo propietario fallece, o que fueron robados u olvidados; o como algunos juguetes que los niños dejan en desuso por haber superado la etapa de su vida en que los disfrutaban; o como los equipos de proyección de imágenes en las escuelas que fueron sustituidos por proyectores más compactos y fáciles de utilizar.
En algunas escuelas, la tradición que se instauró en algunas regiones del país de establecer un huerto escolar, quedó en el abandono tras las dificultades de motivar a los estudiantes y docentes para atenderlo, o ante la baja rentabilidad del predio; incluso ante la competencia por la mano de obra y los recursos invertido en esos huertos; o por la necesidad de que los escolares, sus familias o sus profesores se dediquen a trabajar en otras tareas.
Hay abandonos más graves. Ya sabemos de historias milenarias de (relativo) abandono de niños, como sucedió a quien más tarde se volvió líder de un pueblo que resultó ser escogido de Dios: una mujer de la casa de Levi concibió y parió un hijo y lo tuvo escondido tres meses; no pudiendo esconderlo más tiempo, tomó una arquilla de junco y la calafateó, colocó en ella al niño y la puso en un barrizal a la ribera del río. Como sabemos (Exodo 2:1-12), la hija del faraón lo descubrió y adoptó y lo llamó Moshé, “porque de las aguas lo saqué”. No obstante, es poco frecuente que las secuelas del abandono de los niños sean de corta duración. Según una fuente de República Dominicana (https://teleuniversotv.com/cada-tres-horas-un-nino-es-abandonado-por-sus-padres-en-america-latina/#:~:text=Se%20estima%20que%20en%20América,necesita%20refugio%20en%20la%20institución), en América Latina se abandona a un niño cada tres horas; cada 17 horas en el caso de ese país. O que deriva en que también los niños deban ser atendidos por las autoridades y que se organicen algunos ciudadanos interesados en atender o evitar este problema.
Por otra parte, es frecuente que en nuestras sociedades se abandone a la población de ancianos. Según estimaciones recientes, en México el 16% de los ancianos viven en el abandono, tanto de las instituciones públicas como de sus familias (https://www.fundacionunam.org.mx/unam-al-dia/adultos-mayores-en-abandono-y-maltrato-unam/). Esta población comparte con los niños su vulnerabilidad y su precariedad económica, además de las dificultades para conseguir alimento, protegerse de los climas extremos, vestirse, asearse, atender sus necesidades fisiológicas básicas, mucho menos detectar en qué condiciones de salud se encuentran o conseguir recursos para su atención. Niños y ancianos se ven condenados a la indigencia y, en algunos casos, a ser ocultados por las familias o las autoridades. Por una parte, las familias pueden explotar a unos y a otros, mientras se niega responsabilidad para su atención; mientras que, por otra parte, las instituciones suelen ser insuficientes para atender las necesidades de porciones de la población que resultan económicamente “improductivas”. Unos todavía no pueden acceder al mercado laboral, al menos formalmente; mientras que otros ya no son admitidos en empleos, formales o informales, dada su escasa capacitación, dificultades para la movilidad en la ciudad o para moverse ellos mismos de un lugar a otro, además de la pérdida de agudeza visual, memoria, o destreza manual. Por lo que cerca del 10% de los ancianos en México acaben en el abandono y en la marginalidad.
Hay otras formas de abandono. El abandono del empleo y el abandono del hogar (Abandono de hogar: https://www.conceptosjuridicos.com/mx/abandono-de-hogar/), (Abandono de empleo https://www.elfinanciero.com.mx/mis-finanzas/2023/09/30/abandono-de-trabajo-mexico-que-pasa-si-dejo-de-ir-a-trabajar-sin-renunciar-lft/) están tipificados y quienes caen en ellos están sujetos a sanciones y al retiro de algunos de los derechos que se les reconocen a quienes realizan los trámites legales para salir de un trabajo o de una pareja. Este proceso de abandono es tan frecuente que en muchos países existe legislación para asegurar que quienes ya están hartos de su compañía (pareja o empleo) realicen determinados avisos y trámites y, de preferencia, pidan apoyo antes de salir huyendo de la situación, para conservar acceso a recursos u otras oportunidades.
Por otra parte, es frecuente que se hable de deserción-decepción-abandono de los estudios. Algunos autores prefieren n utilizar el término “deserción” por sus posibles connotaciones militares. Los estudiantes no son soldados que dejan un ejército, argumentan. Parecería que el término “abandono” en parte define y en parte es intercambiable con el término de “deserción” en lo que se refiere a dejar la escuela antes de completar un determinado nivel (https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/prepa3/n8/p1.html). El caso es que resulta frecuente que los estudiantes abandonen sus estudios y dejen de ir a la escuela de un día para otro. Algunos avisan o solicitan permiso para retirarse temporalmente, y hay algunos que regresan después de un tiempo, una vez superada alguna crisis de disponibilidad de tiempo, recursos, ánimos. Por otra parte, comenta Víctor Zúñiga, es a veces la escuela quien abandona a los niños, pues existen niños abandonados en la escuela por los profes que no saben cómo atenderlos. No se trata únicamente de un “abandono emocional” del que pueden ser objeto los infantes e hijos en una familia (https://www.psicologosmadrid-ipsia.com/el-abandono-emocional-la-gran-herida-de-la-infancia/) y que ha sido considerado como una gran herida de la infancia, sino que la institución que tiene la obligación de contribuir al aprendizaje no es capaz de atenderlos por razones que pueden ir desde la falta de capacitación de los docentes para condiciones específicas de los niños, hasta razones por las que se dejan de lado a niños que siguen en la escuela pero no se les atiende. En el libro Niñas y niños en la migración de Estados Unidos a México: la generación 0.5, por Victor Zuñiga y Silvia E. Giorguli Saucedo (2019), los autores argumentan que los profesores y la escuela en general abandonan a los niños que hablan inglés, que manejan muchas de las asignaturas que sus docentes esperan que manejen en español; así son niños que no se atienden aunque asistan a las aulas, pues no los entienden y los ven como “raros” por no contar con las habilidades lingüísticas que les permitan comunicarse, además de carecer de las capacidades de enseñanza en el idioma del niño.
Hay muchos niveles en los que podemos considerar que las relaciones, ya sea con las mascotas, los bebés, los progenitores, las escuelas, el empleo, la ciudad, e incluso un espacio para el establecimiento relativamente permanente se convierten en un problema para el que no se cuenta con recursos para atender. Así, sabemos de pueblos enteros que abandonan sus asentamientos ante determinadas crisis ecológicas o de violencia. Quienes alguna vez comenzaron ilusionados su relación con objetos, lugares, personas, instituciones, se ven frustrados para continuar. Hay quienes abandonan la idea de aprender en esa escuela, de titularse en una disciplina, de progresar en un espacio laboral, de encontrar apoyo y comprensión en una familia o en una pareja. Algunas de esas personas resultan abandonadas por sus familias, sus instituciones, sus autoridades, a pesar de sus mejores intenciones; mientras que otros no encuentran otras opciones que abandonar a esas personas o actividades en las que el algún momento pusieron sus esperanza y proyectos de vida. Algunos gobiernos abandonan a sus gobernados; algunas instituciones desisten de su responsabilidad de atender a sus poblaciones objetivo. Algunas personas deciden abandonar algunas de sus responsabilidades al verlas como ataduras que les impiden sobrevivir. Algunas madres renuncian a seguir alimentando a sus bebés (por ejemplo: abandono de la lactancia materna: https://ciencialatina.org/index.php/cienciala/article/view/9822) sin que necesariamente renuncien a las demás responsabilidades atingentes a la maternidad y la paternidad. De tal modo, hay quienes abandonan parcial o temporalmente su participación en una relación, pero también hay quienes son objeto pasivo de ese abandono, que puede implicar, como vemos, distintos niveles y grados.
Cabe señalar que en México casi el 12% de la población presentaba rezago educativo por ese abandono temporal (https://blog.derechosinfancia.org.mx/2023/12/04/abandono-escolar-de-ninas-ninos-y-adolescentes-en-mexico-2016-2022/), mientras que durante el ciclo escolar 2021-2022, la tasa de abandono escolar en México se elevó a 10.2 en educación media superior, 3.9 en secundaria y 0.2 en primaria. Aun cuando seguramente está en “desuso” la práctica de dejar a los bebés en la ribera de un río, eso no significa que se hayan “abandonado las prácticas de abandono” en distintos ámbitos, a pesar de las sanciones para evitar que se den esos acontecimientos. Hay diferentes instituciones, regiones, ciudades, edades, niveles y grados de abandono. Además de diferentes medidas y programas para evitar que se den las diferentes variedades de renuncia o de indefensión. Como señala UNICEF, los niños de grupos indígenas o en pobreza tienen una mayor tendencia a no asistir a la escuela (es decir, la abandonaron o, inversamente, fueron abandonados por ésta: https://www.unicef.org/mexico/asistencia-la-escuela#:~:text=Más%20de%204%20millones%20de,están%20en%20riesgo%20de%20abandonarla).
Con información: Revista Educarnos
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