Educar frente al cambio

By on junio 21, 2024

De un modo o de otro el país mexicano ahora está viviendo una polarización fabricada que afecta las actividades de personas y de organizaciones. Y, escuelas y sistema educativo no está exento de esa afectación.
Conviene recordar cómo las prácticas y el conocimiento educativo han sufrido en pocos años en relación necesaria entre educación, el mundo del trabajo, la familia y la evolución del conocimiento. Antes, en la escuela, los estudiantes adquirían el conocimiento necesario para hacerse de una profesión y ubicarse de manera productiva en la economía del país. Éste antes fue promotor de la escuela rural, de la escolarización de once años, de la preparación para ubicar a los estudiantes en cualquier nivel del mundo del trabajo. Ese pasado fue pensado, planeado y vivido por un sector importante de la población y configuró el país del fin de siglo XX.
Esa configuración hoy muestra grietas y vacíos tales, que la escuela y la sociedad tienen que reencontrarse. Seguir la inercia actual, más llena de disputas que de propuestas, es suicida. El ejemplo más grave es la lejanía de los procesos escolares de las necesidades de nuestro medio ambiente y los fenómenos socioambientales, cuya índole no puede ser entendida, aprovechada y regenerada sin una escuela, donde un nuevo civismo y el civismo socioambiental se alimenten mutuamente.
Antes, el civismo surgido de la revolución mexicana, le dio a la escuela una razón para educar en el sentido patrio, la mexicanidad, la lucha por la igualdad y, sobre todo, el sentido normativo de nuestra sociedad. La norma legal y social fue un fruto de las consecuencias de la revolución mexicana interiorizado por el sistema educativo con lo cual se forjaron generaciones convencidas de un México capaz de construirse de cara a las realidades del siglo XX y de prepararse para el siglo XXI.
Hoy, el civismo en la escuela se encuentra con formidables retos y obstáculos, porque no se cumplió la esperanza del siglo XX y por las nuevas realidades de un política enriquecedora de los políticos y empobrecedora de la población, de un civismo autoritario digno de etapas superadas por la convicción de construir un país plural realista y futurista a la vez, convicción requerida de esa solidaridad que construye la escuela entre niños, niñas y jóvenes, al facilitar el trato, la amistad y la colaboración entre ellos.
Hoy, la pedagogía recomienda a los educadores dedicar todo el tiempo necesario para que sus estudiantes se den cuenta de cómo aprenden las propuestas del maestro, quien ahora no tiene la necesidad de explicar el libro de texto, sino usarlo para que los estudiantes lo usen para la comprensión de conceptos, ideas, historias, técnicas y, sobre todo, para la comprensión de los demás. Lo anterior es la materia por aprender y cada estudiante ha de caer en la cuenta de cómo él, persona concreta aprendiz, puede aprenderlo. El maestro le ayudará poniendo enfrente de ellos las preguntas por responder y los procesos que han de construir para aplicar lo aprendido. El aprendizaje es, cómo siempre, una conquista personal del estudiante, conquistas múltiples que lo formarán ser humano y ser educado, capaz de humanizar y educar a las personas con las cuales comparte mundo y ser.

Con información: Revista Educarnos

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