LA POÉTICA DE SUS FOTOS ABRE VENTANAS AL INCONSCIENTE

Una mujer camina sola por el desierto, vestida de negro, con una radio en la mano como única compañía y una determinación que corta el aire seco del paisaje sonorense. ¿Qué pasión impulsa a la Mujer ángel (1979) que camina decidida y orgullosa, cargando una radio en el desierto? ¿Irá escuchando a Rigo Tovar, cuya vestimenta inspira la de sus compañeros seris como Manuel? ¿Qué potencia suprahumana –qué ánima– se desprende de la sangre de la pared de Los pollos de Juchitán o de las iguanas que lleva en su cabeza la tehuana? ¿Cómo se confunden lo masculino y lo femenino en la figura muxe de Magnolia o en los eunucos de la India? ¿Cómo se hibridan lo humano y lo vegetal en la palma de Ostia, en Italia, o en los cactus del jardín botánico? ¿Cómo adquieren vida las piedras en sus fotografías recientes? ¿Cómo se transforman las ruinas de la arqueología industrial –los fierros– en elementos vivos de un paisaje contemporáneo?

Como en el mundo de los sueños, los lugares, los seres y las cosas de las distintas series de Iturbide funcionan como símbolos intercambiables, como ventanas al inconsciente. En tierras distintas y ante personas que se expresan en lenguas diferentes, Iturbide produce imágenes hermanadas por los mismos valores: por el profundo vértigo de lo oscuro, la impermanencia de las formas materiales, la fragilidad de los seres vivos o la insólita potencia de lo real.

Profundamente conectada con otras artes –la pintura, el cine, la literatura–, la obra fotográfica de Iturbide despliega su potencia política en la afirmación positiva de lo dispar, discordante, desigual o diferente.

Con la cara pintada como seri, con pájaros en los ojos, o con serpientes en la boca, Iturbide se coloca en el mismo espacio y en el mismo nivel que aquello que retrata. Parece invitarnos a hacer lo mismo: a adentrarnos en la experiencia incierta y afectiva de sus fotografías para ver, imaginar, soñar y sentir, como ella, el mundo con ojos maravillados.

Las imágenes de Graciela Iturbide representan cosas, pero no tratan sobre esas cosas. Aquello que da sentido a las imágenes está afuera de ellas: hay algo en ellas –un motivo discordante o una asociación extraña de motivos– que remite a algún elemento ausente y externo. Tal estrategia retórica ya es patente en las primeras fotografías de Iturbide de principios de los años 70, generalmente tomadas en el entorno urbano de la capital. De estas imágenes, Señor enmarcado (1972) anticipa un recurso que la fotógrafa utilizará en sus series posteriores: el reenmarcado intencional de una parte de la imagen con algún elemento encontrado.

Tras una primera serie documental (Avándaro, 1971), Iturbide produce Los que viven en la arena (1979-1981), un ensayo que desarrolla para el Instituto Nacional Indigenista sobre los pescadores nómadas seris del desierto de Sonora. Esa serie volverá notorio su trabajo en el entorno nacional e internacional con imágenes icónicas como Mujer ángel (1979) o Manuel (1979). Paralela a esta serie surge una línea de trabajo extendida de Iturbide, la de sus autorretratos, que se distingue por la estrategia de la fotógrafa de incluirse en el entorno que retrata. En el caso de esta serie, Iturbide se autorretrata con la cara pintada y vestida como seri.

Probablemente su serie más conocida, Juchitán de las mujeres, se desarrolló entre 1979 y 1989 gracias a la invitación y el apoyo de Francisco Toledo. Centrada en la dominancia de las mujeres de la cultura juchiteca, la serie es un ejemplo del interés de Iturbide por el ritual (Manos poderosas), la potencia irracional de la animalidad (Los pollos) y la violencia soterrada (El rapto). Pertenece a esta serie Nuestra señora de las iguanas (1989), una fotografía que se ha vuelto un símbolo de la identidad regional e incluso se ha convertido en monumento carretero a la entrada de Juchitán.

Tras el reconocimiento internacional de esa serie, Iturbide ha realizado proyectos ensayísticos en distintos países como la India, Italia, Japón, España y Estados Unidos. En todos ellos, su estrategia fotográfica se proyecta en cada lugar para producir variaciones locales de los temas centrales de su obra: lo ritual, el viaje como experiencia contemplativa (Cuaderno de viajes, 1991-2010), la reflexión sobre la vida y la muerte (El baño de Frida, 2009), la conexión con lo animal (Pájaros, 1970-2002) y lo vegetal (Naturata, 2004).

Hablar de las cinco décadas de fotografía de Graciela Iturbide es hablar de poética: de la capacidad de utilizar un lenguaje, en este caso un medio técnico como la fotografía, para proponer retóricas alternativas a la construcción normativa. Entre lo lírico y lo político, lo íntimo y lo simbólico, su sensibilidad estética ha tenido la capacidad de transmitir los códigos de la cultura local al entorno global, que ha valorado su obra con los más importantes reconocimientos.

Hermanadas por la inquietante extrañeza, por el profundo vértigo de lo oscuro o por la insólita potencia de lo real, las fotografías de Graciela Iturbide nos enseñan a entrar en la dimensión de lo imaginario. A través de su cámara, conocemos otra forma de poseer el mundo.