Premio Cervantes 2025: La novela es un género libertario / Gonzalo Celorio

  • La literatura refleja la realidad, pero también de alguna forma la exorciza

6 de noviembre de 2025.-El ganador del máximo reconocimiento de las letras en español respondió en conferencia de prensa las inquietudes de periodistas nacionales e internacionales. Con la voz ronca, paso lento, ayudado de su bastón, mantuvo siempre su sonrisa y sus respuestas estuvieron cargadas de entusiasmo.

El jurado le otorgó el galardón “por la excepcional obra literaria y labor intelectual con la que ha contribuido de manera profunda y sostenida al enriquecimiento del idioma y de la cultura hispana”.

La novela no sólo es un género literario, es un género libertario, dijo Celorio. “Tiene una distancia crítica. Por eso para mí la novela es el género de los géneros. La literatura es un remanso, reflexión, paz, imaginación. La literatura refleja la realidad pero también de alguna forma la exorciza”.

“Su obra es al mismo tiempo una memoria del México moderno y un espejo de la condición humana”, precisó el jurado, del que han formado parte los dos últimos ganadores del Cervantes, los españoles Álvaro Pombo (2024) y Luis Mateo Díez (2023).

Para abundar en el reto de escribir una novela, Celorio evocó al crítico literario Maurice Blanchot (al que siempre cita): escribir una novela es como lanzarse al mar sin cera en los oídos y estar dispuesto a oír el canto de las sirenas.

Toda obra narrativa es una especie de respuesta a un conflicto, que es lo que genera la necesidad de escribir, un conflicto que no se resuelve necesariamente en la novela misma, agregó Celorio.

Su alma mater

Gonzalo Celorio sostuvo, en entrevista con Gaceta UNAM, que fue la UNAM la que postuló su candidatura al premio Cervantes. “Esto me parece muy importante, porque la Universidad Nacional ha sido fundamental en mi formación, es mi alma mater”.

Y añadió: “La Universidad es para mí el parteaguas de mi vida; haber ingresado en la UNAM fue pasar de la Edad Media a la Modernidad. Fue muy relevante, por la amplitud, la diversidad social y cultural”.

“Cuando yo estudié había una gran cantidad de alumnos que procedían de otros países latinoamericanos. Por algo, en el escudo de la Universidad viene el continente americano, porque efectivamente, la UNAM era en ese sentido ecuménica”, recordó.

Trabajar como profesor es lo que más le ha gustado. “No hay nada más placentero que extender este gusto (la literatura) y esta pasión a los demás. No he dado nunca ningún curso sin tener como ganancia un nuevo aprendizaje: el de mis alumnos y también de los mismos cursos que impartí durante mucho tiempo. Fui el ocupante de la Cátedra Maestros del Exilio Español Republicano”.

Si le preguntan, ¿quién fue su maestro?, inmediatamente responde: el exilio español republicano, “porque fueron los grandes exiliados los que contribuyeron muchísimo a mi formación. Tuve muchos profesores muy notables procedentes de ese exilio y al ocupar esa Cátedra tuve la gran libertad de poder formar el programa que más se me antojaba. Y entonces decía: ¿qué quiero leer el próximo semestre?”

En torno al aprendizaje de sus propios cursos y de sus alumnos, que siempre le enseñaron muchas cosas, relató: “Tenía, por ejemplo, lecturas ya hechas de los cuentos de Cortázar, pero de repente llegaba un estudiante y me daba una interpretación distinta en la que yo no había pensado”.

El profesor

—¿Recuerda su primera clase como docente?

—Me acuerdo muy bien. Fue en el año de 1974. Era un curso muy grande que me habían asignado, con el título gigantesco de Historia de la Cultura Hispánica y que abarcaba desde la prehistoria española hasta la dictadura de Franco, y de América, desde las culturas prehispánicas hasta el muralismo mexicano.

“Yo iba con cierto nerviosismo. Había sido alumno muy dilecto de la doctora Paciencia Ontañón, que me había dado ese mismo curso, y al principio me había pedido que yo fungiera como su adjunto. Yo daba la parte de América y ella la parte de España. Pero después me invitó, a que yo diera ese curso”, rememoró.

“Ahí me entrené un poco, pero era algo diferente, era otro peldaño dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras, donde yo me había formado. Estaba en un salón del primer piso, hasta el fondo, ya en la vecindad con la Facultad de Derecho. En esa clase me enfrenté a una serie de estudiantes, algunos de ellos, dos en particular, eran de mi edad, un matrimonio formado por Aurelio González y Mariapia Lamberti. Me impresionaron mucho”, recordó Celorio.

Era el año de 1974 y Gonzalo Celorio tenía 26 años, “entonces me enfrenté a estos alumnos con quienes después tuve una relación muy estrecha, porque Aurelio González después fue profesor de la Facultad y director del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, y fue también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua”.

“Por cierto que acabo de prologar un magnífico libro suyo de edición póstuma que se llama El Romancero en América, un trabajo verdaderamente impresionante. Y Mariapia Lamberti fue una gran maestra de literatura italiana y en alguna ocasión me invitó a la cátedra que ella fundó y dirigió, la Cátedra Extraordinaria Italo Calvino”.

“Es decir, a partir de ahí he tenido miles de alumnos. Me siento muy feliz de haber estado 49 años dando clase”, relató.

—Usted ya forma parte de una lista en la que aparecen Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Fernando del Paso, Elena Poniatowska, ¿cómo se siente?

—Muy comprometido, incrédulo todavía, como se dice popularmente, no me cae el 20. Es decir, ha sido un reconocimiento mayúsculo que sinceramente no me esperaba, aunque ya sabía que había sido postulado por nada menos que la Universidad Nacional Autónoma de México, en una propuesta firmada por el rector Leonardo Lomelí.

“No pensaba que me lo fuera a ganar. Soy el séptimo escritor mexicano que ha recibido este galardón y la verdad es una lista extraordinaria, muy importante y espero que mi inclusión en ese elenco no sea tan desproporcionada”.

Al final de su conferencia firmó hasta el último de los libros que le acercaron sus lectores. Sonreía y preguntaba por el nombre de la persona.

Gonzalo Celorio fue profesor y director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, coordinador de Difusión Cultural (1989-1998), director del Fondo de Cultura Económica (2000-2002) y actualmente es director de la Academia Mexicana de la Lengua.

MATERIAL DE LECTURA

Material de Lectura, colección emblemática de la UNAM, que ha acompañado por décadas la formación de lectores, publica en el volumen 112 de la serie Cuento Contemporáneo una pieza indispensable para entender no sólo la evolución de Gonzalo Celorio, sino también la capacidad de la literatura mexicana para dialogar consigo misma entre la tradición y la intimidad.

Este título ofrece una puerta de entrada privilegiada al universo narrativo de Gonzalo Celorio. La selección y la nota introductoria son de Eduardo Casar, quien destaca que la de Celorio es “una prosa con personalidad propia”, exacta como un mecanismo de relojería y, al mismo tiempo, cálida y orgánica, hecha de materia viva.

El cuadernillo reúne tres textos paradigmáticos: “El velorio de mi casa”, “Tiempo cautivo” y “De amor propio”. En ellos se advierte el tejido que define su escritura: el espacio doméstico como metáfora del alma, la historia como respiración del presente y la lengua como instrumento de revelación.

En “El velorio de mi casa”, perteneciente a El viaje sedentario, el narrador recrea la despedida de un espacio habitado, transfigurando el acto de la mudanza en una alegoría sobre la pérdida y la permanencia. El texto, de un lirismo contenido y una ternura sin sentimentalismo, convierte lo cotidiano en reflexión sobre la memoria y el tiempo.

“Tiempo cautivo”, fragmento de La Catedral de México, es una pieza ensayística que reconstruye la historia de la edificación del principal templo novohispano. En ella, el autor trasciende el dato histórico y convierte la piedra en símbolo: la catedral como organismo vivo y como testimonio de la obstinación humana frente al tiempo. Casar observa en este texto lo que llama una “metáfora amplia”, donde la narración y el pensamiento se entretejen hasta formar un discurso barroco y meditado.

Por su parte, “De amor propio”, capítulo inicial de la novela homónima, presenta el rito de iniciación de un adolescente que se descubre a sí mismo en un mundo de deseo, vergüenza y fascinación. Celorio combina la mirada compasiva con una ironía sutil y convierte el despertar erótico en un ejercicio de autoconocimiento.