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Quería su carrito… ahora se pasea
Revista Educarnos
Fue la frase con la que expresó su ansiedad una estudiante de posgrado ante las exigencias de los cursos. Es verdad que, por lo general, la licenciatura y los posgrados son decisiones que toma el propio estudiante, tras de que la decisión por su educación básica y media es una decisión legal y, en los años del bachillerato y ya en pocos casos, una decisión parental. Hasta el momento, en mis años de docencia sólo me he topado con un estudiante que, ya en el último semestre de la carrera de psicología, me confió que ni había querido estudiar más allá del bachillerato ni había escogido la licenciatura. Había sido su padre quien lo mandó a estudiar, pagó colegiaturas y se preocupó por ver los avances. “Y aquí estoy. Puede ser que me sirva de algo”, confesó.
Así que los sufrimientos de los estudios de grado y posgrado en parte son auto-infligidos. Claro que puede suceder que haya algunos funcionarios o docentes que no sean muy amigables con quienes se inscriben en esos programas, pero esos sufrimientos son simples accidentes en el camino de convertirse en profesional. En ese camino de los iniciados en las artes, las ciencias y los oficios habrá épocas de mayores martirios, dolencias, penas, esfuerzos y transpiraciones. Habrá que reconocer, empero, que el sentido del título de esta colaboración se mantiene: el ingreso a la licenciatura o al posgrado es parte de un proyecto en que cada estudiante se inscribió con una intención “disciplinaria” para ser parte de una cofradía que practica legítimamente determinada profesión.
A lo largo de los años que duran nuestros compromisos, ya sean de pareja o de estudio, aparecerán desafíos que no imaginábamos. Lo que hace comprensible que haya quienes opten por divorciarse o por desertar de la carrera antes de haber cumplido algunas de las metas que las personas involucradas se habían propuesto. También es verdad que aparecerán algunas satisfacciones insospechadas. Habrá quienes se inscriban en determinado programa (o establezca una relación de pareja) con una idea de lo que le espera y, al transcurrir el tiempo, las experiencias resultan mucho más satisfactorias de lo esperado. Sobre todo en los primeros tiempos, en que la “curva de aprendizaje” es mucho más pronunciada. ya después, cuando los elementos básicos de la especialidad (o de la persona que se seleccionó como pareja) ya se conocen y administran, habrá ocasiones en que será más cuestión de continuar un proceso que de aprenderlo.
De tal modo que resulta deseable estar dispuesto a seguir “en el paseo” también en las partes difíciles del recorrido. Sobre todo si, en los inicios el estudiante (o quienes se convierten en compañeros de vida) lo ve como si fuera un simple paseo en el parque, sin responsabilidades ni tareas. Suele suceder que, ya que se acerca el fin del periodo lectivo, los estudiantes comienzan a activarse, en vez de disciplinarse desde el principio del curso (lo que ya antes comenté como el método DEKANSCHO). Quienes están conscientes de que la decisión de inscribirse conlleva una actividad constante, estarán ligeramente incómodos en los momentos de exigencia, en vez de totalmente fuera de lugar en los últimos momentos del curso. En todo caso, la responsabilidad del aprendizaje es algo que se asumió de manera explícita desde que se seleccionó la disciplina. No es novedad que los carritos sean para pasearse, aunque a veces nos parezca que eran sólo de adorno o que no implicaban un compromiso explícito asociado a una secuencia de compromisos implícitos.
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